TÚ TIENES LA LLAVE

¡Tienes las llaves!

—Piensas—.

—Tengo las llaves… ¡puedo abrir, debo abrir!.

Con paso firme te diriges hacia la puerta, tu mano tiembla. Sabes que al abrir, encontraras eso, que hace que tiembles mucho más allá de tus manos.

Dudas, miedos, vergüenza, nervios. Sonrisas agitadas… alegría, felicidad, exaltación, entusiasmo desatado… tensión, pasión.

Te invaden sentimientos contradictorios, encontrados… —Suspiras—.

—Tengo las llaves… ¡puedo abrir, debo abrir!.

Tienes que entrar, sabes que tienes que entrar… ¡Quieres entrar!

Te lo repites incansablemente en tu cabeza, —¡Tengo que entrar, necesito entrar!—.

Introduces la llave, por un momento te invade de nuevo la duda… pero la necesidad de entrar es más fuerte.

Al compás del giro de la llave brota un gran suspiro de tu pecho, y abruptamente una inmensa sonrisa se apodera de tus labios.

Desaparecen los fantasmas, ya estás dentro.

Tu mente no da tregua… miedo… miedo… mucho miedo… y como en un perfecto baile de sensaciones, al ritmo del avance de tus pasos por el pasillo, el miedo se diluye, para transformarse en una nerviosa e inesperada felicidad.

Está sentada de espaldas sobre la cama, iluminada por el tibio sol del atardecer en primavera, al oírte se gira, te mira y sonríe. La miras, y te paraliza su sonrisa.

La emoción te invade, tu corazón palpita descontroladamente, casi no puedes hablar. Apenas eres capaz de balbucear un sonriente y cándido,

—Hola…

Tu segunda palabra es un ridículo y tartamudeado… —¡Hooolaaaaaa!

No eres capaz ni de pronunciar su nombre, solo quieres abrazarla y sentir su caluroso cuerpo abrigando tu pecho devastado.

Sonríes sin miedo, el miedo se ha ido, se quedo por el suelo del pasillo.

Lo único que puedes pensar es ¿por qué has tardado tanto?.

—¿Por qué he tardado tanto?, ¿Tantooo?, ¿Por qué diablos he tardado tanto?, ¿En qué estaba pensando? —resuena en tu cabeza una y otra vez—

La abrazas, y sientes que no deberías haber tardado tanto.

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