El SONIDO DE TU MIRADA

ESE MOMENTO EN EL QUE TU MIRADA REVELA TODO

Puedo mirar en cada rincón de la habitación y ver tu sombra recorrerla…
Estás ahí, tan cerca, tan real, tan presente,
que hasta el aire parece ponerse firme cuando te mueves.
Tu figura se desliza por el espacio como si la habitación hubiera sido creada para ti, como si cada pared reconociera tu paso antes de darlo.

¡Caminas sin miedo! ¡Como siempre haces!
Con esa seguridad serena que te precede, con ese magnetismo que intenta disimularse… y nunca lo consigue.

Te miro,
y en ese segundo en que nuestras miradas se conectan,
sucede ese silencio que lo dice todo sin pronunciar nada.
Y puedo escuchar en tu mirada esas palabras ahogadas…
las que se quedan suspendidas entre los dos,
las que tiemblan en tus ojos,
las que yo siento sin que lleguen a salir de tu boca.
Esas palabras ahogadas que gritan por cada poro de tu piel,
los dos sabemos que están ahí… aunque ninguno sea capaz de darles voz.

Toma mi mano, ¡te aseguro que no te soltaré!
Te agarraré fuerte, para que no tropieces.
No te dejaré caer, ni siquiera dejaré que te tambalees.

¡Jamás permitiré que pierdas el equilibrio!

Sonreiré siempre, para espantar tus fantasmas.
Secuestraré tus miedos y los ocultaré en el lugar más recóndito del infinito universo,
para que nunca más vuelvan a molestarte.

Ahogaré tus lágrimas en algún agujero negro del profundo océano,
para que nadie las encuentre.
Y si algún día se atreven a brotar,
que solo sea porque la alegría atropelle tu vida.

Te contaré un fabuloso cuento cada noche,
para que las pesadillas no invadan tu sueño.

Si algún día te acompaña la tristeza,
te haré cosquillas en el alma y en el cuerpo,
hasta que aparezca la sonrisa.

Si el cansancio se posa en tu espalda,
la trataré con mimo y haré café.
Y mientras lo preparo, te observaré en silencio;

ese silencio que no pesa, que acompaña y que calma el alma,
que te cuida sin tocar y te da paz.
El silencio de dos almas conectadas, que se comunican sin hablar.

Si el intrépido frío llega a atraparte, te abrigaré con el calor de mi cuerpo.
Te acercarás casi sin pensarlo, como si tu cuerpo conociera el camino hacia el mío desde antes de encontrarnos.
Y ahí, los dos entenderemos que hay calores que no vienen de la piel, sino de lo que siente.

Respetaré tus tiempos, tus espacios, y comprenderé tus decisiones.
Porque amar no es escapar, es saber quedarse a jugar con la tormenta, porque la tormenta pasará y el amor resistirá.

Aplaudiré tus luchas y te ayudaré a ganar.
Celebraré tus victorias, hasta que mi garganta se quede sin voz.

Te haré reír todos los días, hasta que te duelan las mandíbulas,
y que las marcas que vayan surgiendo en tu piel se deban solo a ese motivo.
A la risa.
A la vida.
A lo que construimos con las manos, la mirada y el alma.

El instante donde llegamos a nuestra cumbre

Susurraré en tu oído las palabras exactas que provoquen la marea.
Tocaré tu piel, besaré tu cuerpo, llegaré allí, hasta donde pueda embriagarte de placer.

Donde no exista el tiempo,
ni el pensamiento,
ni el mundo.
Solo tú, solo yo, solo nosotros.
Solo esa verdad que se enciende cuando la piel habla.
Porque hay palabras que nacen solo cuando uno conoce el latido del otro.

Te elevaré hasta la más alta cumbre, para que puedas disfrutar de las maravillosas vistas bajo tus pies. Y cuando estés arriba, respirando la pureza, sabrás, por fin, que no estás solo.

Desplegaré mis alas para llevarte volando allí donde tus sueños quieran ir. 

Compartiré y caminaré contigo,
a tu lado, al compás.
Sin prisas.
Solo tú, solo yo,
marcando el ritmo que inventamos cuando caminamos juntos.

Te colmaré de eso tan incontable e intangible que llamamos felicidad.
Llenaré de magia tus días,
porque sencillamente,
¡magia mereces… porque magia eres!

A cambio, nada pido, nada quiero…

Porque en el sonido de tu mirada,
en el protector abrazo de tu cuerpo,
en tus palabras calladas,
en tus eternas caricias
y en tu infinita sonrisa…

¡Ya encuentro y tengo todo!

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