Me Encanta Madrid
Un encuentro en la línea 10
El metro iba lleno en Madrid, como siempre a esa hora. Gente con prisa, auriculares encajados en los oídos, miradas perdidas en pantallas, en pensamientos, en la nada. Y entonces, ahí estaba él. Eso solo puede suceder si te encanta Madrid.
No era solo guapo. No. Tenía ese algo. Esa presencia. Ese aire entre interesante y peligroso que te hace pensar en cosas que no deberías estar pensando en pleno vagón de la línea 10.
Me miró. Le miré. Nos miramos.
Y sonreímos.
— ¿Le digo algo?
No, no. No le digo nada. Me hago la interesante. O lo intento. Porque la sonrisa se me va de las manos y casi se me escapa la risa. Dios, qué ridícula.
El metro se detiene. Gente entra, gente sale. Él sigue ahí. Me sigue mirando. Y justo cuando empiezo a pensar que este podría ser ese momento, el que se cuenta en cenas de amigas con las pupilas brillantes y una copa de vino en la mano… suena su teléfono.
El metro de Madrid tiene cobertura. Y en este instante, la odio con todas mis fuerzas. Le escucho hablar. Su voz es de esas que te acarician el oído y se te meten bajo la piel. Me enamoro un poco más. O me caliento. No sé bien la diferencia en este punto.
Cuelga. Me mira otra vez. Yo le sonrío, él me sonríe, yo…
Un segundo de distracción, una parada demasiado rápida
¡Mierda, mi parada!
La realidad me golpea como un bofetón. Salgo del vagón en el último segundo, con el corazón desbocado y la sensación de que acabo de perder algo importante. O, al menos, algo muy divertido.
Subo las escaleras, aún con la cabeza en el vagón, en sus ojos, en su sonrisa. Y en lo que habría pasado si me hubiera atrevido a decir algo. Algo.
Y entonces me doy cuenta. Me he salido por donde no era.
Bien por mí.
Me encanta Madrid y sus giros inesperados
Aparezco en una plaza conocida. El sol brilla, la gente ríe en las terrazas, el aire huele a café y a conversaciones a media voz.
¿Qué hago?
Me río. Me río de mí misma, de mi despiste, de mi torpeza. Y de que, de alguna manera, Madrid siempre tiene un plan para ti.
Por eso me encanta Madrid. Porque nunca sabes qué sorpresa te espera a la vuelta de la esquina.
Busco una mesa. Solo queda sitio en un bar de montaditos. Pues vale. La vida es lo que es. Entro a pedir y un adolescente con aires de adulto intenta colarse delante de mí.
— ¿Perdona?
Le lanzo esa mirada. Retrocede. Bien.
Una Coca-Cola Zero y dos montaditos. Porque hay que mantener la coherencia: si voy a engañar a mi estómago, que sea de forma equilibrada.
Me siento, saco el móvil, miro WhatsApp. Demasiados mensajes del grupo del cole. Paso. Me pongo un auricular y le doy al play en mi lista de Spotify. Mi banda sonora personal. Mi película particular. Y entonces, una canción.
El recuerdo que lo cambia todo
Me recuerda a él. Pero no al chico del metro.
A él. A ÉL con mayúsculas.
Porque aunque a veces nos enamoremos furtivamente de otras personas, siempre hay alguien especial. Alguien que ocupa tanto espacio en tu corazón que no deja margen para que esos amores fugaces duren más de cinco minutos.
Ese alguien que llega a tu vida como un vendaval y te la revuelve de arriba abajo.
Que te hace sentir viva. Que te hace recordar lo que es correr con los pies descalzos, reír sin miedo y desear sin frenos.
De esos que dejan marca.
Y sonrío. Porque recordar a ciertas personas siempre sienta bien.
Porque el recuerdo acelera el corazón, como si lo estuvieras viviendo otra vez.
Y entonces… todo cambia otra vez
Automáticamente, el chico del metro se disuelve, desaparece en la nada. Ya no existe.
No debía estar tan enamorada.
Observo la calle.
A la derecha, un señor con zapatillas de running recién estrenadas, leyendo el periódico sin tomar nada.
A la izquierda, tres veinteañeras con jarras de cerveza. Son las 11:30 de la mañana, pero los miércoles, las jarras van a 1€. La juventud tiene claras sus prioridades.
Al otro lado de la terraza, dos setentañeras perfectamente maquilladas y peinadas como si fueran a un evento de la alta sociedad, carcajeándose sin pudor.
En otra mesa, una señora con un Yorkshire en un carrito. Fuma un purito con la seguridad de quien ya no tiene que explicarle nada a nadie. Y la admiro un poco.
Y entonces… sirenas. Luces. Ruido. Un despliegue impresionante. Coches oficiales, policías, protocolo.
— ¿Pero esto quién lo paga? Ah, sí. Nosotros.
El presidente de Argentina está en Madrid. Con su esposa. Y cinco ministros.
— Pues tampoco son tantos para tanto espectáculo.
La gente en la terraza se gira. Las veinteañeras piripis comentan la jugada.
Yo me termino mi Coca-Cola. Y pienso que, si se hubieran venido en Metro, todo habría sido más fácil.
El Metro de Madrid vuela, tiene cobertura… y lo mismo hasta te enamoras en un vagón cualquiera.
Pago, me levanto, y me voy.
Aún me dura la sonrisa. Porque cuando te paras y miras, cuando realmente ves, Madrid siempre te enamora. Por eso me encanta Madrid.
Porque Madrid siempre enamora y siempre tiene un plan para ti.
📌 Madrid siempre tiene un plan para ti. ¿Alguna vez has vivido un encuentro fugaz que te haya dejado pensando en el ‘qué hubiera pasado? Cuéntamelo en los comentarios o comparte este relato con alguien que también ame las casualidades de la vida. 💫
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A mí sí qué me encanta Madrid😍
Me encanta que te encante! 😍
Madrid tiene ese toque especial, ¿verdad? Cada vez que lo recorro, siempre descubro algo nuevo que me enamora.
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gracias por tu comentario Marta